relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

Mona Lisa

La Gioconda o Monna Lisa. Leonardo da Vinci. (1503-19). Óleo sobre tabla. 79 por 53 cm. Museo del Louvre. París
Esta pequeña tabla con un retrato de mujer me ha acompañado desde Milán hasta París. Su valor va mucho más allá de su tamaño. La obra es toda ella un ejercicio de sfumato. Con esta técnica yo pretendía hacer imágenes más reales que las de los cuadros del Quattrocento, en los que las figuras humanas parecían duras esculturas de piedra. Para solucionarlo, pensé, había que suavizar los perfiles y para que estos perfiles esfumados parecieran reales era necesario cambiar la luz. Utilicé para ello una luz amarillenta, que parece luz de atardecer, una luz distinta a la luz clara y matinal del Quattrocento, una luz misteriosa y matizada... Pues bien, el sfumato lo apliqué a los fondos del paisaje, azuleando o agrisando los colores, y lo apliqué a la hermosa dama. A ella la dispuse con su busto en un ligero escorzo y con su cuello levemente girado para situar su cara de tres cuartos y hacer natural esa mirada al frente que se cruza con la del espectador. Después se me ocurrió poner la trampa de situar a distinta altura la línea de horizonte del paisaje de la izquierda, con respecto al de la derecha, sabiendo que nuestros ojos tienden a reposar siempre sobre esta línea. Luego miré el rostro de la mujer alternando los lugares desde los que la contemplaba... Había aplicado a las comisuras de los labios y al rabillo de los ojos la penumbra del sfumado, de manera que la expresión del rostro se ocultaba bajo un velo de misterio para posibilitar el milagro... Finalmente, el milagro se había producido. La mujer modificaba su expresión. Producía una impresión subjetiva diferente, cuando el contemplador cambiaba de posición. A veces parecía sonreír abiertamente, a veces sonreía con nostalgia, a veces, incluso, parecía inundada por la tristeza... Con su presencia, la digna belleza de la esposa de Giocondo nos revela que, aunque ella es siempre la misma, nosotros siempre cambiamos, y que con nuestros cambios la cambiamos a ella sin querer. 

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