relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

Confundir lenguas

Torre Eiffel. 1887-89. Acero pudelado. París.
Cuando voy a París y veo la Torre Eiffel, sólo veo un gran mecano. Es una gran A mayúscula de piezas de hierro pudelado (casi acero), de más de trecientos metros de alto, más unos cimientos hundidos en el reino de Plutón, de al menos otros treinta metros, a los que suman la antena que sigue arañando el cielo. Hay millones de remaches, pintura antioxidante, tres plataformas, escaleras, ascensores y millones de turistas. Dos años de construcción metódica, tan metódica que no muere ningún obrero en los dos largos años que dura su elevación. Dicen que simboliza a la ciudad de París y que representa el progreso. Apollinaire hace caligramas con ella y Maupassant la odia porque no puede sustraerse a su imponente presencia... Que ¿qué me parece a mi? Yo creo que es sólo una torre y que, en mi castellano de pueblo, Eiffel rima con Babel...
Intentaré explicarme. La torre de Babel fue el fallido zigurat de Babilonia, un templo en forma de pirámide escalonada, construido por los astrólogos mesopotámicos, que, según la Biblia, provocó la intervención divina, porque Dios intentó y consiguió arruinar la pretensión sacerdotal de hacerla llegar la torre hasta el cielo, impidiendo la comunicación entre sus constructores al confundir sus lenguas y originar los idiomas del mundo. Pues bien, como la de Babel, la torre de París tan sólo persigue la altura y además, si lo piensas un poco, también, tiene mucho que ver con las lenguas y con la confusión, y es que, desde el punto de vista de sus significados, la torre es un ser complejo, un lío de metáforas y de apariencias casuales que están sólo en la mente de quien mira, porque al autor nunca se le pasaron tales ideas por la cabeza. A mi, por ejemplo, me parece que la torre tiene forma de A mayúscula. Sin embargo, esta A no significa principio u origen, sino que significa solidez, estabilidad, es la forma con cuatro patas muy abiertas que le da un ingeniero, un señor que conoce las resistencias de los materiales, su comportamiento físico y sus costes, y que acostumbra a construir grandes espacios como los pabellones de cristal o las estaciones de ferrocarril o grandes puentes o acueductos, es decir, edificaciones grandes y útiles para las nuevas necesidades de los nuevos tiempos.Para este ingeniero, la forma es una resultante, nunca un principio. Sus obras sirven para el progreso. Son útiles, muy útiles.
Sin embargo, esta idea que es correcta si se aplica al resto de las obras de Eiffel no se cumple con la torre. La torre, en realidad, no sirve para nada, no cierra ningún espacio, sólo pretende llegar arriba, a lo más alto, romper el record de altura por mucho tiempo. En su aspiración hacia arriba coincide Eiffel con los arquitectos de las viejas catedrales góticas, pero aquellos estaban pensando en Dios. La altura y la luz eran un camino hacia el cielo. Por el contrario la altura para Eiffel no es más que una limitación física un problema de resistencia. Llegar alto era tan sólo destacar, ser mejor, contribuir a diferenciar a la ciudad de París, en la que se iba a celebrar la exposición universal de 1889 (para conmemorar el centenario de la revolución francesa) de todas las demás. Por eso Eiffel, el ingeniero, niega en la torre al progreso al hacer un edificio absolutamente inútil, y por eso la torre inútil parece una obra de arte, una obra, sin embargo, en la que el autor es tan "técnico" que ha evitado conscientemente el mundo de los significados, el mundo de la expresión. La altura, sin embargo, también habla, ¿de qué habla? Me diréis, ¿para qué sirve la altura? Pues sirvió como antena de radio y sirve como antena de telecomunicaciones, pero además, y sobre todo, sirve de turmix de lenguas. En ella se mezclan turistas que llegan de todos los sitios y suben hacia la Meca de la tercera plataforma, después de esperar su turno en filas serpentiformes y de entrar en ascensores que escalan la tela de araña, para asomarse al vacío y mirar el horizonte: Desde arriba ven la cúpula del Panteón, la cúpula de los Inválidos, El Sacre Couer, Montparnasse...
Mientras tanto Maupassant, París y los parisinos le dan la espalda a la torre. Miran hacia otro lado y perdonan la profunda irreverencia del arquitecto sin sueños de esta Babel confusa que, aunque reniega del arte, es una de las maravillas del mundo. De esta Babel tecnológica que representa el progreso a pesar de ser casi absolutamente inútil. De ese edificio tan alto que alcanzó el record de altura de todo el planeta tierra, durante casi 50 años, sin ofender nunca a Dios.     

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