relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

Mujer tumbada

Mujer recostada en madera. Henry Moore.1935-36. Madera.(48.3; 89; 38 cm) Albright-Knox Art Gallery, Buffalo USA.  
Si no estoy equivocado, en un cuento de Roald Dahl, el aristocrático protagonista corta la cabeza a su esposa, después de que ésta la asomase por el hueco de una escultura de Henry Moore. Esta anécdota nos habla de la fama temprana de este escultor británico, que en la década de los cincuenta ya contaba con una obra famosa y lo suficientemente difundida como para ser capaz de excitar la creatividad del autor de los "relatos de lo inesperado".
Figura recostada en tres piezas. H. Moore. 1976. Bronce. 
Así era, en efecto. Desde 1927, Henri Moore estaba produciendo figuras reclinadas. Eran éstas casi siempre figuras de formas orgánicas, con la redondez de los huevos o de los huecos de las  cuevas, y siguiendo el estilo de Jean Arp o también el de Miró. Eran figuras que se solían componer de varias partes que se integraban unas en otras o se apoyaban entre sí. Eran normalmente mujeres y solían estar desnudas, pues sus cuerpos nos descubrían someras convexidades en el lugar de sus pechos y unos huecos en el vientre que nos sugieren el útero, el centro del claustro materno o el sexo profundo que espera su media naranja, al acabarse las piernas... Con frecuencia, además, su rostro se minimizaba para intentar olvidar su pasada identidad al perder ojos y boca o incluso toda la cabeza, como en las obras que vemos...
Las hace en mármol, madera o bronce y las repite aquí y allá, bien sin ningún pedestal o bien bajo una plancha somera, pero siempre a nuestra altura. Son mujeres de un tamaño superior al natural, celebraciones masivas de la creación de la carne, alusiones a la forma natural de la mujer que no olvida la armonía de los cánones clásicos, ni la forma de los ídolos primitivos, que le sirven de inspiración, ni las abstractas formas cóncavo-convexas que aprende en la naturaleza e integra en sus esculturas. Sin embargo, no son nunca monumentos, nunca símbolos lejanos. No lo son. Las esculturas de Moore nos hablan de nuestras mujeres, nos hablan de nuestras madres, nos hablan de nuestras abuelas, nos hablan de nuestro origen. Son las mujeres sin nombre, la fuente de nuestra existencia, la verdad más ostensible, la vida en su mismo centro.

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